septiembre 09, 2004

Auto-aborto

Mirala. Se ve tan chiquitita su mano al lado de la mía Su nariz, chiquitita como una nuez y tan fresca como si recien la sacaran del nogal. Es increíble como de tanto dolor surge algo tan lindo, tan inmaculado, puro. Es inevitable cuestionarse como es posible que un ser tenga tan solo unos minutos de vida: abrir los ojos, reconocer el rostro de quien fue tu hogar varios meses. Descubrir tras pupilas aún algo mojadas y lagañosas una mirada tersa y save que me indique que todo plan de Dios está saliendo a la perfección...
Parecía que se había movido, pero no. Es solo la dulce espera de una madre. Pensar que fue ayer la última vez que la sentí dentro mio; que fue hace sólo ocho meses cuando le dije a Gabriel que iba a ser papá por segunda vez. Ocho meses, cuando sentí que algo en mí había cambiado y que me iba a transformar para siempre... ¿Quien iba a creer que con la emoción que teníamos los tres [Sí, ya la contaba a ella también], quien iba a creer que el se iba a ir y dejarme con ella sola. Sola, porque Nash no tenía ni siquiera un año cuando él se fué.
¿Estornudó acaso? No creo. Debe ser que la sentí tan poco fuera de mi que tengo la ilusión de verla despertar. Pero no. Hace muy poco que la acosté, no puedo esperar mucho todavía, y eso que le gusta hacer todo antes de tiempo [por algo habrá nacido antes]...pero esto es algo que no puedo esperar de alguien -¿algo?- tan chiquitito...
En marzo, fines de marzo, fue la primera vez que lo mirpe a Nash directo a sus enormes ojos pardos y le dije que iba a tener una hermanita. Si, desde el principio supe que seria mujer. Instinto maternal que le dicen. Nash me miró a los ojos, bajó las pupilas hasta mi boca, recorrió mi cuello hasta llegar a mi ombligó donde, enmudecido, abrió su boca llena de pequeños dientitos de leche ansiosos por salir.
Fue solo en Agosto, luego de la partida de Gabriel, que sentí el cambio.
Los retorcijones me dolían más que de costumbre. Ella ya no empujaba sus pequeños piecitos en formación contra mi vientre expandido con la misma frecuencia que acostumbraba. Fue entonces que supe que las cosas ya no estaban bien, que estaba en manos de Dios lo que pasara ["Halea Hacta Est"... sí... la suerte está hechada].
Y ahora está ahí, quietita, como no lo fue nunca mientras mi cuerpo le dió albergue. Increíble es saber que la nombré sin saber que su nombre es exactamente lo que me traería en el alma meses después de la primera ecografía.
Bueno, Padre. Es todo. Prenda el horno. Sí, es hora. Ya no puede haber un milagro. Es en oriente donde creen que Dios se lleva a los chicos para que no sufran los males de este mundo. Va a estar mejor alla arriba que acá. Sólo que me hubiese gustado escucharla decir "mamá" o por lo menos responder con una sonrisa al oir su nombre.
Chau, Dolores. Chau.